Compartimos el planeta con “otro ser racional”: los chimpancés cambian de creencia ante nuevas pruebas

Si el lago Victoria es el corazón de África, el Santuario de chimpancés de la isla Ngamba es su alma. En mitad del lago (bajo administración de Uganda), a pocos kilómetros de la línea del ecuador, está el refugio de decenas de chimpancés huérfanos rescatados de los furtivos, que habían matado o capturado a sus madres. Mantenido por media decena de organizaciones y fundaciones, como el Instituto Jane Goodall, en sus 40 hectáreas de selva apenas hay humanos y los que hay son científicos amigos de los simios. Ahora, un grupo de ellos publica en Science el resultado de varios experimentos con los chimpancés de Ngamba en los que muestran como toman decisiones tan lógicas, como cambiar de opinión sin problemas ante nuevas evidencias, que no queda otra que considerarlos seres racionales.
El título del estudio en inglés es algo así como Los chimpancés revisan racionalmente sus creencias. Josep Call, uno de los primatólogos que más ha estudiado su cognición, recuerda que, “en filosofía, creencias racionales son aquellas que están basadas en la evidencia, y cuando hay otra, se puede cambiar la decisión”. “Dado que demuestran estas características que se han utilizado para definir las creencias racionales, concluimos que los chimpancés poseen creencias racionales”, asegura.
Durante varios meses, Hanna Schleihauf, profesora de psicología de la Universidad de Utrecht (Países Bajos), y algunos de los mayores expertos en cognición de los primates, realizaron una sucesión de experimentos sobre la racionalidad de los chimpancés de Ngamba. “El santuario es un lugar donde los chimpancés rescatados pueden encontrar un nuevo hogar”, cuenta Schleihauf. A diferencia de lo que sucede con otras especies, devolverlos a su entorno original sería condenarlos a una muerte segura. Schleihauf está la mayor parte de su trabajo de campo en la isla, “una exuberante selva tropical donde pueden pasar el día al aire libre; por las noches, los chimpancés entran a su recinto para dormir (si así lo desean), que también es donde realizamos nuestras investigaciones por las mañanas”, añade la científica, primera autora del trabajo publicado en Science.
“La recompensa consistía en un trozo de manzana o un puñado de cacahuetes, dependiendo del experimento”, cuenta la investigadora posdoctoral de la Universidad de California en Berkeley y coautora del trabajo, Emily Sanford, desde el santuario. Para determinar cuánto de racionales eran los participantes (que lo hacían de forma voluntaria), en el primer experimento les ponían delante dos cajas de madera con un cristal transparente en una de sus caras, pero tapadas, poniendo en una de ellas el trozo de fruta que le habían enseñado, y dándoles pistas de en qué caja lo han dejado. Los científicos alternaban entre dos posibilidades: en la llamada “pista fuerte primero”, giraban la caja que tenía la manzana para que la vieran y después agitaban la otra, que contenía un objeto. Invariablemente, elegían lo que habían visto por encima de lo que oían. En la denominada, “pista débil primero”, el experimentador cambiaba el orden de las señales. A pesar del cambio, los chimpancés optaban de nuevo por la evidencia visual sobre la acústica.
Esto supone que para los chimpancés el orden de los factores tampoco altera el resultado (conmutatividad, ley esencial de las matemáticas). En el segundo experimento, la pista fuerte era el ruido que hacía una bolsa de cacahuetes dentro de una de las cajas, es decir, acústica. Mientras, la pista débil la diseñaron dejando tres cacahuetes pelados que, como las miguitas de pan de Pulgarcito, apuntaban a la otra caja. En más del 90% de las pruebas, los participantes elegían la caja sonaba como si contuviera una buena cantidad de frutos secos.
“No analizamos directamente si su desempeño mejoraba a lo largo de los experimentos, ya que estos se volvieron cada vez más difíciles”, apunta Sanford. “Sin embargo, sí verificamos si mejoraban con el tiempo dentro de un mismo experimento y, en general, no encontramos ningún efecto del ensayo. ¡Parecían comprender la mayoría de las situaciones de inmediato!”, completa la investigadora.
Los tres siguientes experimentos son cada vez más complejos. En los dos primeros, tienen dos alternativas y tienden a optar por la que presenta una señal más fiable. Para confirmar que eligen y que lo hacen según la señal, en el tercer experimento, les presentaron tres cajas: en una está la manzana, es la que le enseñan, otra la agitan y suena algo dentro y la tercera la dejan en la mesa. Para poner en un aprieto a los 23 participantes, una vez que tienen las tres delante, retiran la de la fruta. En vez de elegir sin criterio entre las otras dos opciones al azar, casi siempre señalaban a la que habían oído que contenía algún premio. Es decir, a falta de una señal fuerte, iban a por la débil.

Call lleva más de tres décadas diseñando métodos con los que poder estudiar a los grandes simios. “La mayoría de estudios están basados en experimentos que son nuevos, porque una de las cosas más difíciles es preguntarles directamente, tienes que encontrar una manera de preguntar, pero sin palabras”, recuerda. Eso es lo que buscaban con el experimento número 3. “Uno podría pensar que la toma de decisiones la basan únicamente en considerar una opción, la que sea más fuerte, borrando la otra. Pero eso no es lo que hacen los chimpancés”, destaca Call. “Todavía recuerdan la que era la opción débil, cuando ellos no pueden escoger la opción fuerte, escogen la opción débil, que es mejor que nada”, completa el investigador catalán, profesor en la Universidad de St Andrews (Reino Unido).
En una última serie de experimentos introdujeron el factor del engaño usando dos cajas cuyos vidrios ya no son transparentes, sino esmerilados. En una de sus versiones, el experimentador agitaba una caja, donde sonaba algo, ¿quizá un trozo de fruta?, mientras dejaba que el chimpancé viera en la otra lo que parecía una manzana, con sus colores, con su forma. Pero una vez girada, el científico sacaba de esta segunda caja la fotografía de una manzana, debilitando la señal fuerte, aunque eso no implica que no la haya realmente dentro. “¿Cómo reaccionan entonces?“, plantea Call. ”Pues cambiando y yendo a por la otra porque asumen que lo que han visto es una foto de una manzana, no la manzana”, responde.
Elodie Freymann, que estudia dos comunidades de chimpancés para la Universidad de Oxford (Reino Unido), “el estudio demuestra que los chimpancés pueden sopesar pruebas contradictorias y emitir juicios racionales, incluso cambiando de opinión ante nuevas evidencias”. Aunque esta primatóloga destaca la importancia del trabajo, en el que no ha participado, dice que no debería sorprender: “La adaptabilidad es una característica fundamental de la inteligencia, y los chimpancés son increíblemente inteligentes. Necesitan ser flexibles, procesar nuevas evidencias y tomar decisiones informadas para sobrevivir en ecosistemas dinámicos y llenos de sorpresas”.
Para Brian Hare, antropólogo evolutivo de la Universidad de Duke (Estados Unidos), no deja de ser paradójico a la vez que sombrío que haya sido un grupo de chimpancés refugiados en un santuario para escapar de la acción humana, los que muestren y recuerden que también son seres racionales. Hare escribe en un comentario publicado también en Science: “El hallazgo de que otros grandes simios son capaces de autorreflexión significa que los humanos no estamos solos como seres racionales”. En un email, reflexiona sobre esa frase: “La escribí porque la evidencia de este experimento apunta de manera contundente a que compartimos el planeta con otro ser racional”. En su comentario deja una reflexión final: “Mientras tanto, es un regalo de valor incalculable saber que cuando un chimpancé mira fijamente a los ojos de una persona, también podría estar reflexionando sobre sus creencias acerca de los humanos”.
EL PAÍS
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